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Adventus

Adventus

La fiesta de Cristo Rey que celebramos ayer culmina el tiempo de ordinario de la liturgia de la iglesia Católica y da comienzo al tiempo de adviento.

La Iglesia es sabia, siquiera por los siglos de existencia que hay en sus espaldas con tantas experiencias, vivencias, sinsabores y alegrías. Ha alumbrado a santos y  a traidores, a justos y pecadores. Si de algo puede preciarse la esposa de Cristo es, precisamente de eso, de tener a  Jesús como garante de su mensaje, y de cobijarse bajo el manto del Espíritu, que preserva lo inmutable de la Buena Nueva.

Desde el comienzo de los tiempos, cuando, en los albores de la humanidad, se retó a Dios con el primer pecado, se anunció un Salvador. Larga fue la espera del género humano hasta que "al llegar la plenitud de los tiempos", Cristo, nacido de mujer, comienza su andadura entre nosotros. No es difícil imaginarse al algarabío de la  naturaleza en su conjunto en aquel instante en el que el Hijo del Hombre vio la luz del mundo... Los evangelios nos cuentan que los ángeles anuncian a unos sencillos pastores que, en la ciudad de Belén, ha nacido el Mesías. Van presurosos los pastores, y los hombres sabios de Oriente, y hasta los animales vibran ante el nacimiento del esperado de las naciones.

A pesar de eso, muchos no se enteraron... Y como decía, la Iglesia, que es sabia, me recuerda que la llegada del Mesías se acerca, y me regala estas cuatro semanas de adviento para que no me coja de sorpresa, para que me prepare por dentro, para que ventile mi casa y la limpie porque, como hace siglos, puede que el Señor no tenga dónde alojarse y quiera encontrar sitio en la posada de mi alma. Enorme privilegio el del cristiano...

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