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El Papa renuncia al ministerio petrino

En esta fría mañana de invierno, acabo de leer el texto íntegro en el que Benedicto XVI anuncia su renuncia al ministerio de Petro, debido a su avanzada edad y al deterioro de sus condiciones físicas de un tiempo a esta parte. Me he quedado tan sobrecogida, que he cogido mi blog para escribir lo que ha pasado por mi cabeza.

En un momento en el que en mi país sobreabunda la desvergüenza, el abuso de poder y la falta de ética por parte de no pocos poderosos, me ha parecido tan grande el gesto humilde de este hombre, que en seguida he elevado el corazón a Dios pidiendo por él y por la Iglesia. Soy  ferviente admiradora de la obra intelectual y pastoral de Ratzinger; me parece que ha sabido estar a la altura de las circunstancias de la misión encomendada, pese a lo que digan no pocos detractores. Cuando aquella tarde de 2005 aceptó ser sucesor de Wojtyla, era plenamente consciente de lo que se le venía encima. Ahora, con la lucidez mental y la claridad que le caracteriza, asume   libremente y con una gran dosis de humildad, que la Iglesia necesita al frente alguien con más vigor, amén de otras cualidades imprescindibles para llevar la barca de Pedro, para realizar la tarea de evangelizar. Es precioso lo que dice: después de repasar su concienca delante de Dios, ve con certeza que Dios no le pide agotar su vida como Pedro, sino como sacerdote fiel al servicio de la Iglesia. ¿Por qué he pensado en nuestro triste panorama nacional?. Porque para tener el gesto de Ratzinger hace falta una conciencia recta y un desprendimiento de lo personal muy grande, para alzar la vista hacia el bien de la Iglesia de Cristo y sus necesidades. Nuestra casta política carece de esa capacidad de trascender lo personal en aras al bien común. Creo que nos descubro la pólvora...

Los cristianos, de la mano de Bencedicto XVI, estamos intentando recorrer "un año de fe", profundizando en el contenido y en las exigencias de la misma. En este momento de la Iglesia, en estos precisos momentos, hay que avivar esa fe y confiar en Cristo, nuestro patrón verdadero, para que vuelva a poner un buen timonel en nuestra barca.

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